miércoles, 5 de junio de 2013

Entre los vecinos del Monumental, lo que manda es el temor. Ante el posible descenso de Independiente en su visita a Nuñez.

Franco barre los rastros del otoño con juvenil energía, más allá de esas canas que trajo el tiempo como esas hojas que acercó a su vereda el viento. Es italiano y el acento no se le despega. Tampoco, ese miedo que se apodera de este jubilado que habita un chalé de la calle Lidoro Quinteros hace 39 años. Sabe que el barrio River, los domingos a la noche, es tierra de nadie. Y por esas cuadras de arboledas frondosas, separadas por un boulevard que le da encanto a la zona, transitan los hinchas visitantes, que este fin de semana serán, justamente, los de Independiente. Y la posibilidad de un descenso es tangible, igual que la sensación de inseguridad que se respira en cada baldosa, en cada esquina. Queda claro en la recorrida de Clarín.




“Uno no se puede esconder. Lo que hay que hacer, es sacar los autos. Voy a ver si alquilo una cochera o los dejo a cinco cuadras de acá. Porque en el River-Boca de hace tres años, estos energúmenos rompieron todo”, cuenta Franco, cuya memoria no está frágil. Se refiere al Superclásico del 16 de noviembre de 2010, cuando los barras de Boca violaron los controles de Lidoro Quinteros y chocaron con la Policía montada.

“Se querían meter en nuestras casas”, enfatiza el vecino. Y agita más fuerte la escoba, como si quisiera meter debajo de la alfombra ese mal recuerdo.

“Cuando juegan este tipo de partidos, lo único que se puede hacer es rezar ”, apunta Amanda, empleada de una casa de Almirante Manuel García. Agrega: “Acá, la gente habla del partido del domingo y tiene miedo”. Y suspira, aliviada: “Por suerte, es mi día franco”.

Es lógico el temor colectivo. Porque en el interior de ese barrio de casas bajas está latente el descenso de River, el 26 de junio de 2011, cuando el equipo que entonces dirigía Juan José López no pudo con Belgrano en la Promoción. Entonces, la chance de que otro grande baje a la B Nacional asusta. Lo ratifica Esteban, quien trabaja en un maxikiosco ubicado en la esquina de Lidoro Quinteros y Coronel Carlos Sourigues. “ El día que River se iba al descenso, no abrimos. Y este domingo, todavía no lo decidimos. Capaz que cerramos antes. Pero va a estar heavy (sic). Quizá sea conveniente perder el dinero de las ventas y no sufrir daños más graves en el negocio”, reflexiona el chico, con una gorra de lana que le abriga la cabeza y los pensamientos, aunque no habla en caliente: tiene claro que los incidentes están a la orden del día.

Y de la noche.

" El horario se presta para el quilombo, de eso no hay ninguna duda. ¿Qué necesidad tienen de programar un clásico casi a las diez de la noche?”, se queja Roberto, que pasea un ovejero alemán por la plazoleta que es un ícono del lugar. “Pasa siempre cuando River juega de local. Sabemos que este domingo puede ser peor porque viene Independiente y justo salen los visitantes por acá. Esperemos que la Policía esté atenta”, suplica.

Son las seis de la tarde y todavía se escucha el eco de un grupo de quince vecinos que se acercó a las inmediaciones del estadio Monumental, iluminado por el reconocimiento que hace la Selección colombiana que el viernes jugará ante Argentina por las Eliminatorias. Se quejaban del horario.

“Nadie piensa en nuestra seguridad”, decía uno. “¿Qué hacemos? ¿Nos quedamos todo el día encerrados?”, bramaba otro. A esta altura, ya no es una sensación, es una realidad.

Manda el temor en Núñez. Y crece de noche, a la disparatada hora que le proponen al fútbol.

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