En su cuenta de Instagram con más de 11 mil seguidores, Nicolás Abot se autodefine como un mochilero del fútbol. Es que con este deporte no sólo ha acumulado entrenamientos, partidos y goles, sino que, viajando, jugando y viviendo con lo puesto, también sumó múltiples kilómetros y experiencias que intenta capitalizar día a día. Hace tiempo ya que cayó en la cuenta de que su carrera sería diferente a la de la mayoría de los futbolistas profesionales.
Las malas experiencias y los golpes que le dio el fútbol
no le hicieron abandonar, sino que lo impulsaron a hacerlo sí o sí. “Salir de
esa locura y verlo desde otra óptica me permitió seguir jugando al fútbol y
vivir de lo que amo”, cuenta a LA NACION desde su departamento en Trípoli, a
dos horas de Atenas.
Su primer golpe de realidad lo vivió en la pensión de
Olimpo, donde, según cuenta, era muy difícil adaptarse: “Era un desastre,
vivíamos 19 personas ahí y no había ni sillas. Todo lo hacíamos por un sueño y
en tres años llegué a convivir con 119 chicos diferentes que iban y venían
porque no aguantaban y se volvían a sus casas”. De esos 119, sólo tres llegaron
a ser futbolistas profesionales: Abot, el arquero de Racing, Gabriel Arias, y
el de Patronato, Matías Ibáñez. “De esos 119, 50 eran mejores que yo, pero el
tema es de qué lado veas las cosas”, reconoce el nacido en General La Madrid,
quien luego de entrenarse dos años con los profesionales sin poder disputar un
solo minuto en primera juntó fuerzas y se fue a probar suerte al Pérez Zeledón,
de Costa Rica y luego pasó por Sportivo Italiano, Sporting Punta Alta, Zamora
de Venezuela, Costa Cálida de España y Rampla Juniors de Uruguay. Después de
jugar en Real Tolve de Italia, estuvo a punto de arreglar con El Tanque Sisley
de Uruguay, pero a último momento le dijeron que no había presupuesto para
incorporarlo y, sin club, decidió ir a entrenarse con un club de jugadores
libres en La Plata. Allí sintió que tocó fondo deportivamente. “Yo pagaba para
entrenar, era de un ex jugador de Gimnasia. Después de entrenarme 15 días me
dijo que no iba a tenerme en cuenta, o sea que ¡quedé libre de los jugadores
libres! ¡En un lugar que vos pagás para entrenar!”, recuerda ya con una sonrisa
ese segundo hito negativo en su carrera.
El tercer episodio que le hizo sentir el rigor de haber
elegido un modo alternativo de vivir y jugar fue cuando le tocó vestir la
camiseta del FC Jūrmala de Letonia. Allí vivió la rudeza del más bajo mundo del
fútbol: “Esa experiencia fue muy mala porque apostaban los partidos y enterarse
de eso es muy duro. Una cosa es que haya representantes, que van a porcentajes,
intereses o la incentivación, que existe, pero otra cosa es jugar para atrás”,
lamenta y explica. “En la pretemporada fuimos a jugar a Málaga, contra el
Dinamo de Kiev, el Bulgaria Sofía, equipos grandes, y a mí me parecía raro.
Después nos enteramos que ellos también apostaban, por ejemplo, que nos ganaban
por dos goles nada más, cuando eran un equipo que nos debería hacer 10 goles.
Perdimos 3 a 1”.
A los 35 años, ya jugó en 31 clubes, de 13 países y
cuatro continentes distintos. Su presente es el Panarkadikos de la tercera
división de Grecia, donde comparte formación con otro argentino, Ismael Blanco,
y disfruta la chance de entender el fútbol desde otra perspectiva. Es que
celebra haberse dado cuenta de que no debía dejarse llevar por la decisión de
otros: “Todos cuando somos chicos queremos jugar en la selección, en el equipo
del que somos hinchas y también jugar en Europa, pero nadie te enseña la otra
parte, de que muy poquitos llegan y si tenés ganas de seguir tenés que hacerlo
por tu cuenta, sin esperar que nadie te venga a buscar”.
En consecuencia, este mochilero del fútbol que admira a
Hernán Crespo maneja su carrera de un modo alternativo. No solo es jugador,
sino que también es su propio representante, preparador físico y community manager,
y para conseguirse equipo, suele contactarse por redes sociales con otros
futbolistas que lo van asesorando y recomendando a entrenadores y dirigentes.
Así va de club en club y de país en país. “Yo soy todo en uno, porque para los
representantes solo servís cuando sos joven. Obviamente a veces y
lamentablemente necesitás de un representante, pero no tengo nada firmado con
nadie, porque después quedás atado”.
Para Abot, vivir del fútbol no significa estar salvado
económicamente, ya que varias veces le quedaron debiendo meses de sueldo y tuvo
que trabajar para mantenerse a flote: “El año pasado, cuando comenzó la
pandemia, yo estaba en Italia y le dije a mi hermano que vive en España que me
consiguiera trabajo y, como había hecho el curso cinco años atrás, pude ser
guardavidas en Salou. Trabajé 45 días y no me gasté los ahorros”. Pero más allá
de los ahorros, la vida de Abot cabe en una valija, ya que lleva solo lo
necesario para poder instalarse en un nuevo destino cuando se presente la
ocasión: “Para mí es normal, prácticamente no llevo nada material, solo lo que
se puede meter en una valija: tres o cuatro pares de botines, material de
entrenamiento para cuando estoy solo, un poco de ropa y yerba”.
Hoy valora toda experiencia, más allá de vivir solo y de
jugar en un equipo del ascenso cuyo estadio tiene capacidad para 4000 personas.
Entiende su rol, ya como experimentado: “El arquero de acá estaba bajoneado
porque venía de una categoría más arriba y yo le quería hacer entender que
nosotros tenemos que pensar que estamos en el Barcelona, porque hay otros
jugadores que no tienen equipo”. Su modo de encarar la carrera profesional
tiene un plus que intenta no desaprovechar: “Viajar me moviliza mucho. Y yo
hago un viaje pero no el viaje turístico que hace el turista que viene a Grecia
y va a Santorini y las otras islas. Yo hago el viaje paralelo, que es además
conocer bien el entorno donde estoy. Entrenamos a las 12 y media y yo ya estoy
11 y cuarto en el entrenamiento y me voy a las cinco de la tarde”.
Aunque supera a Sebastián Abreu en cantidad de clubes –el
uruguayo, de 43 años, vistió 30 camisetas distintas–, Abot no entra en
comparaciones porque son carreras y objetivos muy diferentes: “Yo no soy ni el
dos por ciento del Loco Abreu (risas), yo solo juego para ser feliz”. En ese
sentido, piensa estirar su carrera hasta que el físico le diga que ya no puede
jugar más. Mientras tanto, su estilo de vida hoy le permite estudiar online
para ser entrenador y también le interesan los cursos de coaching. Lo que no
piensa dejar son los viajes: “Es que es una pasión que encontré hace mucho y va
a ser difícil para mí mantenerme quieto en un solo lugar”.
Viajar, jugar y vivir con lo puesto. Esa es la mentalidad
que a Nicolás Abot le permitió ser futbolista profesional en América, Europa,
Oceanía y Asia. Solamente le falta África y espera poder aterrizar allí en el corto
plazo. “Sí, tengo ese objetivo porque me gustaría haber marcado goles en los
cinco continentes”, se ilusiona Abot, el futbolista que ya pasó por 31 clubes y
que disfruta de cada uno de los kilómetros recorridos.
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