Sólo un especialista muy preparado, y muy futbolero, podría hacer una
interpretación sociológica acertada de la reacción de la multitud de hinchas de Boca que desbordó -como pocas veces- la
Bombonera . Porque el equipo venía arrastrando una grave sucesión de frustraciones, sin triunfos en los últimos tres meses, que provocó un clima de desconcierto e inestabilidad hasta llegar a poner en duda la continuidad de Carlos Bianchi, el
multiexitoso entrenador de otros tiempos felices. El espectacular recibimiento al técnico fue una muestra más de la fidelidad del hincha con su memoria, a
contramano, incluso, de una realidad que le duele. Como si el
agradecimiento fuera un tesoro innegociable. Como
innegociable parece ser el aporte del aliento -
rabioso y permanente- para un equipo que hace rato no le ofrece ninguna alegría desde la cancha. Hay que indagar muy adentro en la paradoja.
Entonces, Boca salió a jugarle al puntero Estudiantes (9 puntos ideales)tras dos derrotas consecutivas, con un punto en la tabla, y con Riquelme en el banco después de 92 días de ausencia.
Las ansias de recuperación se palpaban en la tensión del ambiente, afuera.
Porque una nueva derrota terminaría definitivamente con la ilusión de la pelea por la punta y podría anunciar el final de un ciclo sostenido a pesar de todo. Y una victoria (el hincha siempre sueña con la victoria) podría traer un soplo fresco para poder pensar con cierta calma. Siempre sirven los triunfos, diría
Perogrullo . Pero hay triunfos que parecen reclamarse como imprecindibles. Como si fuera un ruego se lo esperaba ayer.