Que evite las entrevistas no lo retrata desconfiado: le cuesta creer que tiene algo para contar. Cuando asume la mecánica pregunta/respuesta lo hace con la naturalidad del que no necesita estafar a nadie. No descalifica, no subestima, no condena. Lo que no tolera es la invasión, su intimidad es sagrada y ahí no entiende de concesiones. Se siente cómodo dando lo mínimo. “Todos los días leo los diarios españoles y argentinos. Estoy al tanto de todo lo que se puede estar sin ser parte del día a día. Siempre vuelvo a la Argentina, estuve para Navidad. He vivido en La Plata de chico y en Buenos Aires en distintas etapas y de todos lados uno extraña ciertas cosas. Pero Rosario es distinto. Rosario son las personas que quiero, que extraño y que viven ahí”. Poco más descubrirá de su vida privada Santiago Solari.
Explica el fútbol desde la pasión, sin la vanidad del
científico, pero con rigurosidad profesional. Su auténtica obsesión es
convencer a los jugadores. A los avelines de Real Madrid, a las superestrellas
merengues o a su actual plantel del América mexicano. ¿Cómo? Siendo tan genuino
como espontáneo. Amable, próximo. Humano. “Gestionar un equipo consume mucho
tiempo y no deja días libres, pero intento no perder la perspectiva y tener
otros propósitos personales. Procuro que el fútbol no abarque todo. ¡No hay que
aburrir a los demás! También intento evitarlo en las conversaciones fuera del
trabajo. Después de todo, ¿a quién le interesa si tal o cual equipo juega con
línea de 5 o si usa marcación mixta en los córners?”, le cuenta a LA NACION
desde el DF, donde se instaló en los primeros días de este año para continuar
su carrera como entrenador.