Los equipos que quieren ser campeones necesitan hacerse fuertes en su cancha, pero también ganar de visitantes con cierta frecuencia. River venía teniendo un déficit importante en el último rubro: arrastraba siete partidos sin sumar de a tres fuera del Monumental, con cuatro empates y tres derrotas. A esa racha tampoco pudo romperla anoche en Victoria, donde debió conformarse con un punto que le sabe a poco, y más todavía si se repara en que resultó superior a su rival pese a que se pareció poco y nada al equipo lúcido y convincente que venía de festejar ante San Lorenzo. De esta manera, dejó escapar una buena chance para empezar a respaldar sus pretensiones de conseguir un título luego de seis años (el último fue en 2008, con Diego Simeone como técnico).

A diferencia de la versión que de a ratos deleitó a su gente en el clásico, esta vez se vio a un River con luces demasiados tenues que así y todo mereció el triunfo.
El primer tiempo se pareció mucho a un suplicio. Entre tanta imprecisión y tanto pelotazo, el juego fue chato, anodino: un compendio de desprolijidades.
A diferencia de la versión que de a ratos deleitó a su gente en el clásico, esta vez se vio a un River con luces demasiados tenues que así y todo mereció el triunfo.
El primer tiempo se pareció mucho a un suplicio. Entre tanta imprecisión y tanto pelotazo, el juego fue chato, anodino: un compendio de desprolijidades.